UN ÁNGEL EN ARENALES

Alfredo Cardona Tobón *


Anciano, con la sotana raída y alguna muda de ropa por todo capital, el padre Anselmo Estrada Restrepo murió en el hospital de Salamina el 21 de febrero de 1936 a la edad de 75 años, irradiando bondad y repleto de méritos para el cielo.
El padre Anselmo no fue un orador destacado, ni letrado, ni ilustrado. Fue una vocación tardía, pues ya entrado en años cambió el oficio de maestro de primeras letras por la de seminarista . Se ordenó  en Popayán, sin muchos latinajos ni profunda teología , durante una “ escasez de sacerdotes” según explicaba jocosamente a sus amigos.
Sin embargo lo que faltó de luces intelectuales al  maduro sacerdote le sobró de corazón, amor, bondad y entrega a los feligreses. Quizás por su humildad, tal vez por su talante burdo y montañero, la curia lo encargó de los caseríos más pobres y alejados del norte del Cauca.  Por allá en 1885 vemos al padre Anselmo en medio de indios en Arrayanal, luego en la Villa de la Cáscaras, en Guática y en Quinchía, donde aparece como encargado de la parroquia a principios de 1894.

EL APÓSTOL DE LAS TROCHAS.

A una legua escasa de la aldea de Tachiguí, colonos invasores procedentes del Cauca y de Antioquia, levantaron algunos ranchos en las tierras del Resguardo indígena y dieron vida al caserío de Higueronal Era una tierra de nadie, donde malandrines de toda laya imponían su ley a los guaqueros y a los cultivadores de cacao de las lomas del Tatamá.
Higueronal creció y cambió su nombre por Arenales.
Durante la revolución de 1885 los vecinos reforzaron las filas de los radicales liberales, y los labriegos tumbamontes  cambiaron el hacha por el fusil.  Los veteranos conservadores de Ansermaviejo aliados con sus copartidarios azules del  Ingrumá marcharon a combatir a los insurgentes de Arenales, fue cuando por primera vez apareció el Estado  en esas soledades, no para llevar progreso, sino para sembrar destrucción y muerte.
El conflicto despobló la región  y los sobrevivientes de la antigua población de Tachigui optaron por recoger sus bártulos y trasladarse a la vecina Arenales, cuyos colonos paisas siguieron adelante pese a la destrucción y la pobreza.
Ya instalados en Arenales, los indígenas del antiguo Tachiguí pidieron un sacerdote que enterrara sus muertos, bautizara a sus hijos y construyera un albergue digno a la milagrosa imagen de Santa Rosa de Lima que habían llevado con ellos..
No serían muchos los candidatos para ese curato de frontera, levantisco y sin recursos. Así pues la jerarquía eclesiástica le dio ese “ chicharròn” al  padre Anselmo Estrada, que de inmediato entregó la parroquia de Quinchía,  cruzó el río Risaralda, trepó por los riscos que llevan al Tatamá, y en una tarde lluviosa se apeó de la mula en la calle embarrada, bordeada de casuchas pajizas, que constituía la aldea de Arenales. Al día siguiente, tres de octubre de 1894,  el padre  Estrada celebró la primera misa en  el descampado del Alto de la Cruz, pues no había capilla, y empezó a palpitar lo que en pocas décadas iba a convertirse en la progresista población de Belén de Umbría..
Con sus propias manos y la ayuda de la comunidad,  el sacerdote construyó un humilde tabernáculo de guadua, varas y palmiche, donde los feligreses sintieron que Dios afirmaba su presencia en esa montaña llena de tigres, matones y serpientes.


LA EPIDEMIA DE VIRUELA

Al empezar 1895 la tragedia cierra de nuevo  sus garras sobre Arenales. La viruela avanza por el Cauca y se ceba, principalmente, en la población indígena del norte del Estado .No valen los rezos, ni las procesiones con Santa Rosa de Lima, ni los remedios y fórmulas de los curanderos y de los  jaibanás de Arenales. Las campanas no descansan llamando a duelo, el  sepulturero no descansa y el  camposanto está repleto.
Como un ángel de esperanza el padre Anselmo corre de rancho en rancho sin temor al contagio, reparte medicinas, consuela viudas, socorre huérfanos, moja la frente ardiente de los agonizantes abandonados y acompaña a todos en el postrer paso por la vida. Arenales se desocupa: De 805 vecinos mueren 105 personas. Todo es desolación, dolor y llanto, tan solo unas pocas familias antioqueñas respetadas por la viruela continúan en el desolado caserío
Meses después de la tragedia trasladan al  padre Anselmo Estrada a la desaparecida aldea del Rosario, en la parte fría de Riosucio y allí construye una capilla a La Virgen de La Merced, atiende a los indios guasarabes y  a los  colonos paisas desplazados de su tierra por las persecuciones políticas.
Al padre Anselmo no le arredraron  tragadales ni culebras, no tuvo hora para llevar la extremaunción a sus feligreses, no importó el hambre ni la falta de techo. Estuvo en los sitios más alejados y abandonados de nuestra geografía, fue un apóstol, fue un sacerdote que pensó siempre en los demás.
Al final de su ministerio sacerdotal un párroco amigo recogió al  venerable sacerdote en la casa cural de Quinchía donde desempeñó labores livianas en el templo y los domingos recogía  unos pesitos con responsos por las ánimas en el  cementerio, adonde llegaba apoyado en un bastón y abrumado por los callos, tras un titánico esfuerzo por un camino abrupto y pantanoso. Tras algunos meses en Quinchía, el Obispo le concedió una modesta pensión con la que cubrió su asilo en Salamina.  En la notaría de esta población caldense consta que el padre Anselmo no hizo testimonio porque no tenía bienes de ninguna clase. ¡Qué iba a tener el santo cura, si lo poco que recogió en su vida fue para atender a su anciana madre y a los feligreses más pobres!
 Era tal el desprendimiento del virtuoso levita, que si hubiera podido,  hasta el alma habría cedido al Enemigo Malo para salvar del suplicio a algún infeliz descarriado. A este curita humilde y anónimo le ha faltado vitrina para que lo lleven a los altares y es tal el desconocimiento de su labor pastoral que  ni siquiera la gente de Belén de Umbria sabe que Anselmo Estrada fue la luz que  mandó Dios a  su naciente aldea para que la viruela no la borrara del mapa.

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