LA ALDEA DE TACHIGUÍ

Alfredo Cardona Tobón


Desde los primeros años de la  conquista, los misioneros franciscanos establecieron la doctrina de Tachiguí  para convertir al cristianismo a las tribus ansermas diseminadas por las laderas del cerro Tatamá.
Transcurrieron dos siglos y Tachiguí  perece perderse  en  el anonimato. En el año de 1730 un caserío fundado al lado de la misión empieza a mentarse en la visita  de Fray Dionisio del Camino a las aldeas indígenas de la región.
EL CONTRABANDO DEL ORO
A fines del siglo dieciocho los mineros de Marmato y Supía  empiezan a utilizar la ruta del Atrato para no pagar impuestos al rey. Hasta cerca del Arrastradero de San Pablo, un istmo que divide las aguas de los ríos San Juan y el Atrato,  llegan pequeñas goletas holandesas, que haciendo caso omiso a  la prohibición española traen mercancías y recogen el oro que sale de contrabando.
No lejos de la ruta  hacia el Arrastradero de San Pablo  está la aldea indígena de Tachiguí cuyos vecinos, al igual que los de San Juan del Tatamá, sirven de cargueros en el trafico ilegal. En la guerra de la  Independencia las guerrillas españolas, bajo el mando de Jerónimo Ortiz, toman el control de Tachiguí y el 11 de marzo de 1820 sorprenden en sus alrededores a una partida patriota causando la muerte de un un oficial y cuatro soldados republicanos. 

EL TABERNÁCULO DE SANTA ROSA DE LIMA
Los misioneros franciscanos llevaron a Tachiguí una imagen de Santa Rosa de Lima tallada por artistas quiteños, con el correr de los años la Santa Patrona, con fama de milagrera,  congregó  centenares de peregrinos que  anualmente iban a la aldea a celebrar la fiesta de la virgen limeña..
Pese a la guerra, la festividad religiosa estuvo  en el año de 1850,  tan animada como en las épocas de paz : Pedro Tasamá no ahorró esfuerzos en la decoración  del templo; Hipólito Dávila, como en años anteriores, fabricó la vacaloca con un cuero de res y un marco de guayacán al que adosó  cuernos puntiagudos forrados con trapos empapados en aceite de  higuerilla y remató con una cola chuzuda y ramas de pringamoza.
Todos los vecinos colaboraron para hacer la mejor de las fiestas; Agapito Tabarquino preparó el alojamiento para los músicos de la parcialidad de San Lorenzo y la bella Basilia Quimbaya  instaló  toneles en un toldo de la plaza y los llenó con guarapo y maíz fermentados, con tan penetrante vapor alcohólico, que su olor se sentía a media cuadra de la plaza.
 En la modesta iglesia de guadua. el Maestro Pioquinto Tasamá con un coro de indiecitas carisucias de trenzas llenas de liendres, ensayó por enésima vez un coro en honor a  Santa Rosa de Lima. Todo quedó listo para la magna celebración. En la noche del 30 de agosto de 1850 no cabía un alma en la plaza;  Tachiguí estaba atestada de vecinos y forasteros venidos de Cartago, de las Ansermas, de Guática y de Toro.
Al golpe de un vals, que sirvió de señal, las campanas empezaron a repicar, con las mujeres a la izquierda y los hombres a la derecha, los cargueros levantaron en  andas a Santa Rosa e iniciaron la procesión en medio de un mar de velas encendidas. La Santa  peruana  lucía majestuosa bajo los destellos de la luna llena; el Niñito Jesús como asustado por el estruendo de los voladores, que abrían boquetes de chispas en la noche, parecía aferrarse a la falda de la venerada imagen.

All concluir la procesión el lugar  se iluminó con  el resplandor de los castillos y de los juegos pirotécnicos. Hipòlito Dávila salió con la vacaloca garabeteando estelas de fuego con sus cachos; los borrachos se cuadraron temerariamente ante el remolino de candela haciendo  fintas con sus ruanas;  las muchachas se refugiaron en los portones que servían de burladeros y sus enamorados aprovechaban la ocasión para amacizarlas libres de las miradas inquisidoras de las viejas  que corrían a resguardarse en el atrio de la iglesia, en tanto  la banda de música soplaba bambucos y pasillos y el humo  arropaba totalmente al caserío..
PAISAS   CONTRA CARATEJOS



Desde la llegada de los antioqueños a la región empezaron a presentarse conflictos entre  los paisas  y los comuneros de las parcialidades de la banda izquierda del rio Cauca. Los roces fueron constantes y a veces violentos, como lo ilustra el cronista Eliseo Bolívar en una crónica que sirvió de base para este artículo:      .
¡ Arre vacaloca¡ - 1 Uchi  cachiquemada¡ -  vociferaban los toreros  animados por la chicha.
-Dale caratejo que aquí está un caramanteño- gritó un colono paisa que no quería ni un poquito a Hipólto Dávila.-
-¡ Tenete bien maicero malparido’- reviró Dávila y se cuadró para embestirlo; el indio tomó aliento y enfiló la cornamenta hacia Pedro Naranjo que esquivó el lance e hizo estrellar la vacaloca contra el empedrado haciendo saltar chispas y candela por todos los costados.
Hipólito se incorporó y sacó una macana afilada; Pedro se le enfrentó con un cuchillo patecabra. En  medio de las antorchas y de las velas los dos hombres se trenzaron en  feroz combate que oportunamente detuvo el cura párroco
LA GUERRA EN TACHIGUÍ
En  1860 los habitantes de Riosucio y Ansermaviejo desconocieron la autoridad del general Mosquera, presidente del Estado del Cauca. Los rebeldes con tropas de Nueva Caramanta  ocuparon a Tachaguí; la soldadesca devoró cerdos y gallinas y como la langosta acabó con  los cultivos de la aldea. Y eso no fue todo, pues los intrusos abusaron de las mujeres y obligaron  a los vecinos a incorporarse a sus filas.
Para salvar las vidas y sus bienes las familias  de Tachiguí se internaron en la selva o se desplazaron al resguardo amigo de los tabuyos, cuando por fin se retiraron los invasores el líder   José María Londoño y algunos vecinos regresaron  y trataron de reconstruir lo perdido… infortunadamente el poblado estaba herido de muerte y  era imposible retornar a los viejos tiempos.  
EL FIN DE TACHIGUÍ
Muy pocos vecinos volvieron a instalarse en su antiguo pueblo, el 23 de agosto de 1877 el Cabildo indígena loteó la mayor parte del Resguardo, dejó 8525 hectáreas para pastos y cultivos comunales y 51 hectáreas, que por ley, debían reservarse para una zona urbana.
En los años siguientes avivatos y autoridades corruptas en contubernio con los administradores del Resguardo dejaron sin tierra a los nativos. En las 51 hectáreas reservadas por ley,  los paisas fundaron  el rancherío de Higueronal,  un rancherío de mala muerte que sirvió de refugio a guaqueros, aventureros, malandrines y desertores. La nueva localidad absorvió lo que quedaba de Tachiguí y se convirtió en Arenales. Allí  llegó el padre Anselmo Estrada, un virtuoso levita quien en medio de la pobreza y la indiferencia levantó una capilla que sirvió  de albergue a la venerada imagen de Santa Rosa de Lima..
En  1895 una  terrible epidemia de viruela prácticamente acabó con la exigua población nativa de Arenales, desaparecieron los Cómbitas y los Tabarquinos, los Quimbayas y Tasamás… sobre las tumbas  de los primitivos pobladores se levantó la población paísa de Belén de Umbría.

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