ENTRE ENCAJES Y SARAOS



Alfredo Cardona Tobón

En Nueva España (México) y en Lima, las élites criollas y la burocracia colonial emularon en tal forma el boato de la Corte madrileña que los palacios virreinales y  las lujosas mansiones rivalizaban en lujo y extravagancia con los grandes salones europeos.
Imitando a los franceses, muchos de los asistentes a los elegantes saraos frecuentaban reuniones donde se hablaba de literatura, se discutía la Constitución de Cádiz y se pedía la igualdad con los españoles.

En los salones se derrochaba frivolidad; y en las tertulias, ingenio. En los dos casos un observador sagaz podía tomar el pulso de los acontecimientos de actualidad y evaluar las tendencias políticas del momento.
Hermosas  o talentosas mujeres dejaron sello  imperecedero en ese mundo de intrigas y confabulaciones, donde, aprovechando sus encantos femeninos, recababan información para los republicanos y catalizaban el sentimiento patriótico de los asistentes.

Entre todas esas damas vamos a recordar tres patriotas que sin temor al peligro ayudaron a la causa de la Independencia

LA PROTECTORA



Rosa Campuzano fue una bella guayaquileña, hija de un rico productor de cacao; era una hermosa dama de tez blanca, ojos azules, con rasgos de lejanos ancestros africanos.
La exótica mujer llegó a Lima en 1817 y con dinero, belleza y un amante español de campanillas se coló  en la mañosa sociedad del virreinato.
La Campuzano aprovechó los amoríos con un general realista para obtener información y enviarla a las fuerzas de Buenos Aires que se adentraban en el Alto Perú.

Cuando San Martín  entró victorioso a Lima, el Cabildo organizó un gran baile en honor del “Protector del Perú”. Ese 28 de julio de 1821, en medio del baile y los brindis por la libertad, el general rioplatense conoció a Rosa Campuzano y al instante quedó impresionado con su belleza.  Alguien los presentó y San Martín para halagarla, le agradeció el esfuerzo en favor de los patriotas. “Si lo hubiera conocido antes a usted señor general- le dijo con coquetería- mis afanes hubieran sido mayores”.

San Martín perdió la cabeza por la Campuzano y con ella transitaba las calles de Lima en un coche tirado por seis caballos; “allá va la Protectora”- decían al verla pasar, mientras las damas de alcurnia se mordían las uñas de rabia, porque al lado de otras encumbradas mujeres, el general San Martín condecoró a la ardiente y valiente guayaquileña con la “Orden del Sol”  por los servicios prestados a la causa.


LA GÜERA RODRÍGUEZ



María Ignacia Rodríguez fue una rubia despampanante que puso a sus pies a los militares y clérigos  de alto rango de la Ciudad de México al comienzo del siglo diecinueve.
La Güera consiguió el divorcio de su primer marido,  en el segundo matrimonio quedó viuda y con plata y  repitió nupcias por tercera vez.

Al  finalizar el siglo dieciocho  un  jovencito de apenas quince años pero con una bolsa llena de dinero sostuvo un tórrido romance con la Güera, que lo aventajaba en edad y mundo. El marido descubrió la infidelidad y buscó al amante de su mujer para cobrarle cuentas.  Por fortuna para América,  Simón Bolívar, que había desembarcado en Méjico antes de seguir hacia España, ya estaba en el buque “Ildefonso” y navegaba mar adentro.

Para la Rodríguez no había puertas ni sitios vedados: entraba a los salones más elegantes de México, se reunía con clérigos y militares y asistía a reuniones secretas donde se conspiraba contra los gachupines.

Porque era simpatizante del padre Hidalgo, se le acusó de pasar información a los  insurgentes y se le hizo comparecer ante el Santo Oficio. Tranquila, sin inmutarse, la Güera se presentó como si fuera a uno de los salones que dominaba  con su belleza. Se sentó, levantó la falda por encima de los tobillos y miró de frente a  los clérigos inquisidores. A uno le descubrió la sodomía,  a otro le pidió que fuera mas ardiente en la cama... y así acalló a los acusadores que la dejaron marchar sin imputarle cargo alguno.

La Güera fue amante de Agustín Iturbide y parece que influyó muchísimo en  la decisión del militar de pasarse del bando realista al bando de los patriotas.
Por manos de María Ignacia pasaron los documentos donde Fernando VII  proponía dar el poder a un militar como escalón para asumir directamente la monarquía en el virreinato de Nueva España, en tiempos en que la Constitución de su país  lo había dejado como una figura decorativa.

La hermosísima dama tenía tan embelesado a Iturbide, que en un desfile militar el general desvió el recorrido para llegar a la casa de la Güera, apearse del brioso corcel  e hincarse frente a su amada para ofrecerle una rosa blanca.

LA PANCHITA



La inteligencia, la ambición y la valentía le venían de casta a Francisca Javiera Carrera Verdugo, considerada como la madre de la Patria Vieja chilena.

En su hacienda daba albergue a los guerrilleros que se preparaban para engrosar las filas patriotas y por la noche recibía los armamentos que despachaba a los frentes republicanos. Fue tan significativa su actuación, que los rebeldes usaron la contraseña “Viva la Panchita” como santo y seña de los combatientes.
Francisca Javiera perteneció al grupo de los ideólogos de la revolución y criticó  implacablemente a O’ Higgins y a San Martín, a quienes acusaba de entregar a Chile a la Junta de Buenos Aires. Entre 1811 y 1814 fue asesora y consejera de su hermano José Miguel Carrera, en ese entonces presidente chileno. Intervino en la creación de los símbolos patrios y para asentar la identidad de su patria prohibió el minué en los salones y los remplazó por la zamba y el zapateo.

“La Panchita” creó talleres para fabricar los uniformes para la tropa y organizó un grupo de enfermeras para atender a los soldados patriotas.
Con la reconquista española, Francisca Javiera marchó al exilio y desde Buenos Aires siguió conspirando contra los españoles y contra San Martín y O’ Higgins a quienes consideraba igualmente  peligrosos para la autonomía chilena.

Entre encajes y saraos, en las fondas y en las ventas, en los grandes salones y en las trincheras las mujeres patriotas ayudaron a sus hombres a crear un mundo nuevo sin la tiranía española, infortunadamente la historia ha sido cicatera con ellas y a muy pocas se les ha reconocido su lucha por la libertad.

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