PICORNELL, NARIÑO Y LOS DERECHOS DEL HOMBRE

Alfredo Cardona Tobón *



Juan Bautista Mariano Picornell y Gomila nació en 1759 en Palma de Mayorca. Sus ideas republicanas y modernistas lo llevaron a proponer cambios radicales en la educación española y en el gobierno decadente de la monarquía peninsular, y a alinearse al lado de los americanos que querían una administración autónoma y soberana.

Picornell tradujo al castellano la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano que apareció en la constitución francesa de 1793 y fraguó un golpe para derrocar a Carlos III e instaurar la república en España, que se ha denominado la Conspiración de San Blas, y que al fracasar llevó a Picornell y a otros subversivos a la cárcel.

Por mediación de Francia, Picornell y sus amigos se salvaron de la horca, pero se les exiló a las Américas donde junto con Manuel Cortés, Sebastián Andrés y José Lax fueron a parar a las mazmorras de la Guaira en Venezuela.

LOS PATRIOTAS VENEZOLANOS

Las ideas libertarias de Francia se regaron por las islas caribeñas pertenecientes a esa nación y pasaron a las costas venezolanas.

Manuel Gual y José María España iniciaron un movimiento soterrado para levantarse en armas contra la metrópoli y fundar la primera república independiente en el territorio colonial. Cuando Gual y su gente se enteraron de la presencia de los republicanos españoles en la cárcel de la Guaira, establecieron contacto con los prisioneros con la complicidad de la guardia, que permitió una comunicación fluida entre Picornell y Gual.

En su celda Picornell escribió proclamas y manifiestos y la letra de “La Carmañola americana”, una canción inspirada en su homónima francesa y que sirvió de himno a los rebeldes:

“Bandera blanca, azul, amarrilla y roja
Viva tan sólo el pueblo,
el pueblo soberano.
Mueran los opresores
mueran sus partidarios..”

Los patriotas venezolanos urdieron la fuga de los republicanos y Picornell logró refugiarse en la isla francesa de Guadalupe, desde donde difundió sus ideas de libertad, igualdad y fraternidad y publicó su traducción de los Derechos del Hombre, cuyos mil ejemplares se distribuyeron por Venezuela.

El movimiento de Gual fracasó,  Picornell se desplazó a los Estados Unidos y terminó sus días en Cuba, donde, arruinado y sin apoyo, hubo de plegarse a la monarquía.

LAS VICISITUDES DE ANTONIO NARIÑO

A la edad de 29 años la acción revolucionaria de Nariño se había reducido a coloquios sobre la libertad y contra los Reyes, en círculos íntimos muy reducidos.
En 1794 Don Cayetano Ramírez, capitán de la guardia del virrey, le prestó un libro sobre la Asamblea Constituyente francesa, con un inserto de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. Nariño tradujo el inserto y en su imprenta sacó cien copias del documento.
Con la tinta aún seca, Nariño tomó dos ejemplares y vendió uno a Miguel Cabal, regaló otro a su amigo Luis Rieux y guardó el resto de la impresión.

Pasaron dos años.  En una ausencia del virrey la calle principal de Bogotá amaneció empapelada con pasquines contra su autoridad y contra los españoles. Empezaron las pesquisas para encontrar a los culpables y Nariño, advertido por un amigo, quemó todos los papeles que pudieran comprometerlo, incluyendo los 98 sueltos de los Derechos del Hombre, que guardaba celosamente.

Los esbirros del régimen registraron la casa de Nariño  y encontraron en los muros de su estudio unas leyendas que consideraron subversivas. Empezaron los interrogatorios y Nariño, acosado por las autoridades españolas, confesó ingenuamente que había impreso material pernicioso como la llamada Declaración de los Derechos del Hombre, pero que al ver que eran perjudiciales, había optado por quemarlo pues “no convenía que anduviera en manos de todos.”

Termina el año de 1794 y Nariño permanece incomunicado en el Cuartel de la Caballería, enfermo, sin un peso y sin que se le defina su situación jurídica.

Al fin la Audiencia acusa a Nariño de conspirador y para defenderse el reo nombra a su pariente político, el Dr. José Antonio Ricaurte, famoso jurisconsulto, como su  abogado defensor. Nariño y Ricaurte urden la defensa. Su estrategia es mostrar que la Declaración de los Derechos del Hombre no constituye un documento subversivo, pues se basa en los principios naturales y en la doctrina de eminentes pensadores cristianos.

Aquí fue Troya. La defensa hundió a Nariño y al abogado Ricaurte, a quien apresaron y lo enviaron con grillos a las mazmorras de Cartagena, pues según la Real Audiencia, esa defensa era perversa, inicua, perjudicial, criminal y una apología de los principios revolucionarios de Francia.
Nariño se quedó solo. Nadie quiso continuar con su causa. Para conservar las apariencias la Audiencia nombró un abogado de oficio que forzosamente tuvo que asistir a Nariño. El proceso continuó y por unanimidad  se condenó a Nariño a diez años de prisión en una cárcel africana.
Ahí empezó el calvario de un hombre que pagó una pena por una traducción que nadie leyó y por unas copias que jamás vieron la luz del día.

En una carta con fecha del 19 de julio de 1798 el virrey Pedro Mendinueta informó a la carta española sobre los planes sediciosos del granadino Pedro Fermín de Vargas, que refugiado en las Antillas inglesas mantenía contacto con Miranda y con Gual  y José María España. Entre sus numerosas publicaciones figura  la traducción de los derechos del hombre que publicó en Jamaica y parece llegó con algunos viajeros a Santa Fe de Bogotá en el año de 1813.

No se ha reconocido el papel ideológico de Picornell en nuestra gesta independista y poco la de Pedro Fermín de Vargas, que al lado de Nariño sembró la semilla de libertad en tierra granadina.



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