EL BALBOA DE AYER Y EL BALBOA DE HOY


Alfredo Cardona Tobón.



A las seis de la mañana del primero de julio de 1923 Gonzalo Mejía y Cristobal Nicholls, destacados vecinos del corregimiento de El Rey, se acercaron a la Inspección de Policía para posesionar a Enrique Taborda como alcalde del flamante distrito municipal.

El caserío de El Rey estaba engalanado y lleno de festones y de banderas; la aldea se extendía en una sola calle como una culebra pegada a la serranía, no había plaza ni parque, los mercados se efectuaban entre barrancos y el agua era escasa. Pese a todo el minúsculo poblado era mayor de edad, ya no pertenecía a Santuario y tenía vida propia respaldada por el cafe, por las lomas llenas de borboneras que daban plata para surtir almacenes con las mejores mercancías nacionales y extranjeras; para sacrificar treinta reses, albergar poetas y escritores y contar con un periódico semanal denominado "El Ave Negra" que contaba las incidencias y sucesos de una comunidad llena de empuje, que trepada en un risco, parecia dominar la naturaleza.

En la fonda de Villanueva, en la entrada de El Rey, Ester Jaramillo, alias La Lola, se acicalaba ante el espejo de cuerpo entero, mientras la Pacha Olaya daba los últimos toques a la cantina de putas. La ocasión era especial, con fiestas de tres días se inauguraría el nuevo municipio que en vez del Alto del Rey se llamaría Balboa por capricho de la Asamblea de Caldas, y habría  bailes, riñas de gallos, carreras  de caballos, aguardiente y cerveza a raudales. Que para eso había dinero y ganas de gastarlo.

El repiquetear de los cascos anunció la cabalgata que inició las fiestas; estaban los guapos, los galleros, los propietarios de las grandes haciendas, los peones y todos los gocetas que iban a disfrutar la fiesta.

Joaquina González sintió galopar su corazón cuando vio a Zeno López con los zamarros de la piel de un tigre que había cazado en la montaña; a su lado galopaban Julián Benjumea y su hijo Pedro, grande y fuerte como un roble, y el arriero Pablo Ramírez con los ojos chispiantes de los que se dice son ayudados del diablo.

Enrique Taborda, el incondicional de los ricos del Valle del Risaralda, el inspector que echó a los negros de Carmen de Cañaveral y quemó sus ranchos,  madrugó a tomar posesión del cargo de burgomaestre del nuevo distrito.Todo estaba previsto, pero a última hora  el juez de Santuario, encargado de tomar el juramento no llegó, y por eso, en ceremonia poco tradicional, se posesionó al alcalde ante dos vecinos notables.

Enrique Taborda no era estimado en Santuario ni en el Alto del Rey; en una zona liberal se distinguió como conservador recalcitrante, borrachín y buscapleitos. Era, eso sí, amigo de los Jaramillos de Manizales y de la camarilla azul del departamento y en su calidad de inspector del corregimiento, y con el apoyo de tres gendarmes con antecedentes patibularios que era el diploma que exigía el gobierno de la Regeneración nuñista, Taborda era el amo y señor de los alrededores.

Sobre una tarima engalanada con las banderas de Colombia y del departamento de Caldas, Enrique Taborda juró defender la Constitución y " llenar fielmente a su leal saber y entender las funciones de su empleo". A reglón seguido, tras las felicitaciones y el brindis con champaña importada, el primer alcalde de Balboa nombró a Nacianceno Henao y a cinco ciudadanos como agentes de policía, con asignación de $22.00 mensuales. Nombró, además, a Jesús Ramírez y cinco vecinos más como policías auxiliares para  guardar el orden en las festividades que empezaban en ese momento.

BALBOA DEL VIEJO CALDAS

Volaron globos, estallaron los voladores y la banda de música de Santuario llenó de notas las lomas que rodeaban al caserío; el Rey ya no era El Rey, ni tampoco un corregimiento; era desde ese momento el municipio de Balboa que empezaba a caminar solo en medio de todos los desafíos que se le presentaban, de las inmensas limitaciones topográficas y con la berraquera de la clase dirigente de ese entonces,  flor de una generación que al fenecer no encontró quien la remplazara.

José Jaramillo Montoya, dueño de Portobelo y artífice del distrito fue el invitado especial; estaba Jacobo Ruiz, uno de los fundadores, y tambien Ana Agudelo, quien quince años atrás había donado los lotes para establecer el rancherío. Pasaron las horas y la alegría no mermaba, Enrique Taborda con unos cuantos tragos encima tomó la guitarra como solía hacerlo de inspector y trovó haciendo olvidar, al menos en esas fiestas, las rencillas que separaban a los habitantes del naciente municipio. En esos momentos el primer alcalde no podía imaginar que en ese callejón empedrado donde departía con la comunidad, iba a caer asesinado víctima de un enemigo cobarde que le disparó desde lejos.

El Rey se quedó chiquito como en tiempos de la Lola y de Enrique Ramírez, su gente, como lo vislumbró el líder Fabio Valencia, no ha querido ver  la imperiosa necesidad de despegarse de la loma y acercarse a las riberas del rió Cauca, donde con un desarrollo planificado podría convertirse en el tercer municipio de Risaralda por las inmensas posibilidades de desarrollo como eje vial del centro-occidente colombiano.

La historia de Balboa se remonta hasta los tiempos de la Colonia, pues por la actual zona urbana  cruzó el camino de las Ansermas; por el Alto del Rey pasó el sabio  Boussingault en 1825 y allí se asentaron colonos de Caramanta y fundaron una fonda que fue el germen del caserío; en sus montes se emboscaron las guerrillas liberales de Martin Candela en la guerra de los Mil Días; en las riberas balboenses del río Cauca, floreció la navegación, nació la novela Risaralda y se dieron los últimos toques al departamento del Risaralda.

EL MIRADOR RISARALDENSE

Durante muchos años tuve la fortuna de ver la salida del sol desde el otero de Balboa, y admirar la neblina subiendo  lentamente mostrando los senos y los muslos de una bella mujer recostada en el Valle de Risaralda y pude admirar el paisaje sin par a lado y lado de la serranía entre Balboa y el caserío de Esparta.

Esa bella tierra  infortunadamente solo es café, allí solamente se vive del  café,  Balboa es café y solamente café; por eso cuando los precios del grano bajan el municipio se postra porque no hay industria, ni cultivos importantes que le sirvan a la gente,  tampoco hay minería y la ganadería y la caña concentrados en las orillas del río Cauca, solamente enriquecen a los empresarios foráneos dueños de los hatos y a los accionistas del al ingenio Risaralda, que está en Balboa pero no genera trabajo a los balboenses...

 Después de la crisis de la roya, de la broca y de los bajos precios internacionales ,tuve que vender a precio ínfimo la finca que me costó veinte años de enorme sacrificio. Con dolor me despedí de los cafetales, de los cultivos de plátano, de la vaca recién parida con su ternerito, de los arroyos que llené de sombra y de frescura; al remontar el último trecho de la loma que conocía de memoria, le di una patada al  suelo y maldije rabiosamente,  no se sí a la tierra que no respondió a mis esfuerzos o a mi falta de coraje para  sacar  adelante una empresa a la que dediqué gran parte de mi vida.

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