LOS CRIOLLOS AFRANCESADOS

Alfredo Cardona Tobón*



Por un castillo y una renta anual de cuatro millones de reales el  príncipe  Fernando VII negoció la corona de España, y por treinta millones y la protección de Francia el rey Carlos IV cedió el trono a Napoleón.

Cuando José I se convirtió en rey por voluntad de su hermano Napoleón  Bonaparte, la mayoría de los españoles tomaron a Fernando VII como bandera para oponerse a los franceses, sin tener en cuenta  la censurable conducta de los borbones. Funcionarios, clérigos y altos dignatarios contemporizaron con el régimen, en tanto que un grupo minoritario apoyó abiertamente al rey impuesto, mientras los liberales iban contra el despotismo de los reyes y solamente reconocían al pueblo como fuente del poder.

Los  afrancesados, o josefinos, partidarios de José I, fueron los ilustrados del régimen de Carlos III, que veían en la llegada de los franceses el advenimiento de un “reformismo sereno” sin los excesos de la revolución gala. Los absolutistas los llamaron traidores y los liberales los tildaron de infieles al estado nacional.

Aunque la mayor parte de los criollos estaba en  contra los franceses, hubo personajes muy notables que reconocieron a José I, entre ellos el mejicano José Joaquín del Moral, el rioplatense Nicolás Herrera y los granadinos Francisco Antonio Zea e Ignacio Sánchez de Tejada.

Napoleón citó en Bayona a 92 diputados para redactar una nueva constitución española, y entre los veinte americanos que asistieron estaba Francisco Antonio Zea  como representante de Guatemala e Ignacio Sánchez en nombre de la Nueva Granada..

La carta de Bayona establecía una monarquía constitucional, reconocía los mismos derechos a españoles y americanos, quitaba las barreras comerciales entre las provincias y la metrópoli y daba libertad a las colonias para instalar  todo tipo de industrias y cultivos.

La Constitución de Bayona fue importante porque fisuró el absolutismo de las monarquías y, al menos en el papel, obligó a todos los españoles a contar con los americanos, como sucedió  con la Constitución de Cádiz, en la cual la reacción española tuvo que  reconocer los derechos de las colonias.

FRANCISCO ANTONIO ZEA

La historia ha sido mezquina con este  antioqueño ilustre, estudioso, de la más amplia confianza de los sabios Mutis y Cavanilles,  y cuya capacidad lo llevó a desempeñar  altísimos cargos en la península ibérica.

Por su amistad con Nariño y sus nexos con Rieux, las autoridades virreinales relacionaron a Zea con los pasquines que aparecieron en 1808 en Santa Fe y con la traducción de los Derechos del Hombre. Por ello se le envió a Cádiz donde no encontraron méritos para acusarlo. En Madrid abrió mercado a la quina granadina y continuó sus estudios de botánica que culminó en Paris con el apoyo de Mutis..

El Primer Ministro Manuel Godoy lo nombró  director del Jardín Botánico de Madrid, donde desarrolló ambiciosos planes de agronomía aplicada y dirigió las principales gacetas oficiales. En el corto reinado de José I, el antioqueño estuvo al frente de la cartera de Instrucción Pública e hizo parte de la Corte de Bayona. Al retirarse los franceses, los enemigos de Zea confiscaron sus bienes y tuvo que huir a Paris para salvar la vida.

 Zea regresó al continente americano; en Haití conoció a Bolívar  y con el Libertador viajó  hasta Angostura donde editó el “Correo del Orinoco”.  Posteriormente dirigió el ministerio de Hacienda de la naciente república y finalmente ocupó el cargo de Vicepresidente de Colombia.

Para continuar la lucha contra los españoles  y  poder expulsarlos de Lima y del Alto Perú se necesitaban recursos y para conseguirlos, Bolívar envió a Zea a gestionar empréstitos en  Europa. En 1820 viajó a Londres  y allí abrió crédito a la nueva nación, en medio de la desconfianza y la oposición de España. Se le criticaron los manejos del dinero, pero  lo cierto fue que murió  en la ciudad de Bath, Inglaterra, el 28 de noviembre de 1822, en un hotel modesto, lejos de los suyos.

IGNACIO SÁNCHEZ DE TEJADA



El trotamundos que dejó huella en todas partes, como dijo Miramón, nació de familia acomodada en la ciudad de El Socorro y murió muy pobre en  Roma el 28 de octubre de 1837.
Ignacio Sánchez estudió en el Colegio del Rosario y sirvió en la Secretaría General del Virreinato; al igual que Zea se vio implicado en los procesos de los pasquines y de la traducción de los Derechos del Hombre y por ello lo remitieron a Cádiz donde tampoco  encontraron méritos para apresarlo.
Sánchez regresó a Santa Fe a resolver algunos asuntos particulares y  regresó a Europa. Estando en España se le nombró diputado  por la Nueva Granada en las cortes de Bayona. Al recuperar Fernando VII la corona, condenaron a Sánchez  a la pena capital y confiscaron los bienes que tenía en  Santa Fe. Para salvarse, tuvo que viajar de incógnito a Paris, y luego marchar a Londres.
El aporte de Sánchez a la consolidación de nuestra independencia es enorme: Santander le confió la misión de lograr el reconocimiento de la Santa Sede y en cumplimiento de ella  Ignacio Sánchez hizo gala de la mayor sagacidad y dedicación. El Papa no podía aceptarlo como plenipotenciario pues se  granjearía la enemistad de España y de los estados de la Santa Alianza, y por eso  mantuvo las relaciones en secreto y encubiertas  con asuntos meramente religiosos. Su labor  se vio compensada en 1835 cuando Gregorio XVI,  libre de las presiones de la Santa Alianza y del furor reconquistador de España,  reconoció la Independencia de  Colombia.
Fue una labor silenciosa y esforzada, en medio, no de la pobreza sino de la miseria, pues muy pocas veces Santa Fe le envió auxilios económicos.
Los restos mortales de Ignacio Sánchez de Tejada aún se encuentran en la nave central de la Iglesia de la Concepción, en Roma.
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