ORLANDO SIERRA HERNÁNDEZ


ENTRE LA INTOLERANCIA  Y LA BARBARIE.

 Alfredo Cardona Tobón.*

 


Al mediodía del dos de febrero de 2002 una multitud silenciosa salió lentamente de la catedral de Manizales... En los rostros adustos se palpaba la impotencia, el dolor y sobre todo el vacío que dejaba  el periodista Orlando Sierra Hernández, cuya voz se levantó como un trueno y su pluma como un ariete contra  todo lo que consideró ruin y corrupto.

Un clarín marcaba los pasos, los aplausos rompían el aire como salvas de cañón; el ulular de una sirena despedía al ciudadano valeroso que tomó como suya la causa que una comunidad  timorata y cobarde no se atrevía a defender. Ni un grito ni una arenga, parecía que cada uno iba  tras el féretro de su propia esperanza.

 El cortejo avanzaba entre lágrimas y recuerdos como en 1938, cuando Eudoro Galarza, un periodista de LA VOZ DE CALDAS, iba por la misma calle, camino al cementerio, víctima de un  oficial del ejército, acusado por Galarza de abusar de su autoridad en el Batallón Ayacucho.

Un embolador con su caja de betunes marchaba cabizbajo al lado del ataúd, atrás un poeta con los ojos enrojecidos lloraba por la partida de su amigo. Su hija, su compañera, su padre despedían una vida esplendorosa, apenas empezando a cosechar lo tan duramente sembrado. El dolor común envolvía lo más  granado de la sociedad manizaleña  con los vendedores de dulces, con los obreros, los estudiantes ... allí estaba representada toda la comunidad, con excepción de aquellos que no supieron reconocer un contendor valeroso, que hizo suya esta tierra y defendió los intereses de Caldas y Manizales armado solamente de una inteligencia portentosa.

 SEMBRADORES DE LÁGRIMAS.

 Las calles de la  ciudad que algunos llaman la capital del afecto están sembradas de muertos. En junio de 1935 el gamonal quindiano Carlos Barrera Uribe, quien hizo de la política una profesión de lucro y del erario un botín para sus  áulicos,  asesinó, muy cerca de la Catedral, a Clímaco Villegas, contralor de Caldas. Este joven abogado, al igual que Orlando,  tuvo la osadía de enfrentarse a los dueños del poder, en una época tan  oscura  como la que se vive en la actualidad.

 La trayectoria de combatiente gallardo y comprometido con la verdad situó a Orlando Sierra como el periodista de opinión más destacado en la región en todos los tiempos. Orlando denunció pero no atropelló; jamás incitó a la violencia como aquellos que en épocas aciagas con su  “Acción Intrépida” aceleraron nuestra destrucción; no se amedrentó o contemporizó con los antisociales como ocurrió en 1949, cuando el periodismo  de oposición se dejó amordazar y la prensa gobiernista permaneció  muda, mientras bandas asesinas, arropadas con las banderas del partido gobernante,  masacraron al corregimiento de Arauca y anegaron de llanto los campos del Viejo Caldas

 El sicario regó con la sangre de Orlando la calle que por muchos años recorrió el poeta inventando quizás un verso, o  dando forma a sus ideas mientras la ciudad se escurría a su paso. Los alumnos de Comunicación Social y Periodismo de la Universidad de Manizales cubrieron la entrada a LA PATRIA con flores. Donde retumbó el plomo homicida resonaron las voces juveniles para recordar a los bárbaros que las ideas no se matan y que las semillas que sembró Orlando Sierra están reventando en medio de la muchachada que leyó sus columnas, que saboreó sus versos y asistió a sus clases.

 
Los ciudadanos que perdieron la vida el 7 de febrero de 1948 en la plaza  Bolívar sólo por reclamar el derecho a la existencia siguen clamando justicia, al igual que Bernardo Jaramillo Ossa, la parlamentaria Lucelly García Tobón, el  médico Jesús Antonio Botero y miles y miles de colombianos asesinados impunemente  en una racha de sangre que parece no tener fin. El asesino de Eudoro Galarza salió libre ‘porque había actuado en defensa de su honor’. El homicida de Clímaco Villegas eludió el peso de la  ley escudado por los políticos de turno, los chanchulleros y los deshonestos. En un país donde los pájaros le tiran a las escopetas  no sería difícil que el asesinato de Orlando quedara sin castigo y las investigaciones se perdieran en  mares de papel.

Los autores intelectuales del crimen no contaron con las legiones de amigos de Orlando y con el compromiso de esta sociedad, que ahora o nunca debe levantar la cabeza y mostrar que aún no la han emasculado. No es suficiente decir basta, hay que obligar a los violentos  y a los  corruptos a respetar nuestras vidas e impedir que sigan destruyendo el futuro de nuestros hijos.

 
Han trascurrido  trece años y las voces que claman por justicia y castigo no se han silenciado: Cayó el autor material y fuerzas oscuras  eliminaron a sus cómplices. Pero los determinadores siguen libres, y por lo que se ve y se siente será solamente la Justicia de Dios la que  castigue a esos asesinos.

 

 

 

 

 

 

 

 



 
 
 

 

Comentarios