LOS MANGOS DE PEREIRA

LOS ABUELOS DEL PARQUE BOLÌVAR

Alfredo Cardona Tobón*
 
 

El 29 de abril pasado los pereiranos rindieron honores en la Plaza Bolívar  a veintidós distinguidos abuelos. En esta ocasión no se trataba de rendir homenaje a unos venerables ciudadanos sino a los  mangos de ese importante sector de la ciudad, cuyos añosos troncos cargan, según estudios de especialistas, entre cincuenta y ciento cinco años de historia.

Fue una bella y sencilla ceremonia presidida por la Corporación Autónoma Regional de Risaralda para exaltar los mangos  que con el Bolívar Desnudo de Arenas Betancur, la Catedral de la Pobreza y el Viaducto César Gaviria son los símbolos de Pereira y forman  parte del imaginario enquistado en el alma pereirana.

Los mangos son el  refugio de las  palomas y las tórtolas,  protegen con sus su sombra a los  emboladores,  los comisionistas, turistas,  vendedores de lotería, a los viandantes y a ese mundo variopinto del rebusque que inunda las calles de la capital del departamento de Risaralda.

Si esos mangos pudieran hablar serían los mejores cronistas; pues conocen a Pereira desde que estaba chiquita.  Vieron a don Jesusito Ormaza domando guapos, vibraron con las frases encendidas de María Cano y Jorge Eliecer Gaitán, fueron amigos de los negros comandados por Camilo Mejía, y se fruncieron cuando los blancos comandados por José Carlos Ángel Mejía quisieron convertirlos en carbón de leña.

¡Cuántos bueyes  descansaron a su lado!- ¡Cuántas recuas abonaron sus raíces!. Vieron pasar los tranvías y las multitudes raudas. Sus troncos arrugados conservan el amoniacal recuerdo de infinitas  progenies de perros callejeros y de borrachos profanos que los confundieron con orinales.

Todo les ha pasado a los mangos del Parque Bolívar: vendavales y aguaceros, los quemones ardientes de los voladores, la pedrea constante de pelafustanes y gente del arroyo para tumbar sus frutos... hasta la amenaza de tala y las intenciones aviesas de  modernistas que han querido remplazarlos por obras de cemento.

LOS NOMBRES DE LOS ABUELOS

De ahora en adelante no  identificaremos a los  nobles abuelos  como el mango de la carrera séptima con calle diecinueve, o el que está al frente del Hotel Soratama o el del Banco de Colombia. Ya tienen sus nombres como las montañas, como los nevados, como los ríos, como las calles. La Corporación Autónoma Regional, CARDER, los distinguió con  los nombres de los parques naturales de Risaralda;  uno se llama Ukumari, otro Otún–Quimbaya y los demás Barbas-Bremen, Gobia,  Tatamà,  Alto del Nudo, la Nona….

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En una región donde se rindió tributo al hacha, donde  durante siglos no podían ver  un pobre palo con hojas porque lo mochaban, es reconfortante ver que se empieza a proteger los árboles y su presencia va teniendo un lugar prioritario  dentro de nuestro desarrollo. Este homenaje a los mangos es una buena señal. Es, quizás, el principio de la rearborización de una ciudad como Pereira, que clama por la flores y por los pájaros.

AMORES Y DESAMORES

Según la tradición los mangos de la Plaza Bolívar se sembraron entre finales del siglo XIX y  principios del siglo XX. Varios personajes se  adjudican la paternidad y en contravía de los expertos que les fijan una edad, las crónicas señalan que son más viejos de lo que se asegura. Cuentan que don  Valeriano Marulanda se reunía con sus amigos en la plaza de la naciente aldea  a la sombra de un mango; don  Jesucito Ormaza sembró un mango frente a su vivienda y después de su muerte, las  hijas contrariadas por la hojarasca que dejaba el árbol le echaron orines hasta que lo  apestaron; don Delfín Cano Uribe sembró unos mangos cerca de su farmacia, estos crecieron y la esquina de la calle 19 con la carrera  octava se conoció por mucho tiempo como la Esquina de los Mangos.

El maestro Rodrigo Arenas Betancur, tan montañero y agrario  quiso que cortaran los mangos para que se viera mejor su  Bolívar Desnudo. Por fortuna no insistió y se evitò una confrontación entre los pereiranos. El tiempo mostró la equivocación del escultor porque en nada han perjudicado los frondosos mangos.

 Cuando se construyó el edificio de la Lotería de Risaralda, el Director del periódico "El Diario" , Alfonso Jaramillo Orrego y el cronista Yagarí , propusieron que se tumbara el mango  que estaba al frente de la obra  para que se pudiera admirar el   edificio, que en honor a la verdad es un cajón de vidrio y de concreto..

En la noche tres operarios del municipio armados con una motosierra y protegidos por el sueño de la ciudad y las sombras de la noche cortaron el mango que tapaba la visibilidad del edificio de la Lotería. Al amanecer un noticiero regó la noticia del manguicidio y se armó  la de Troya. “Le han cortado una vena a la ciudad para dejar ver los esperpentos y famélicos edificios de cemento de la Plaza de Bolívar”- tronó  don Nicanor Cardona en el  radioperiódico de Camilo Mejía Duque

Ese 22 de abril de 1971 se conmocionó Pereira y pidió la cabeza del alcalde Juvenal Mejía Duque, un salamineño, que como todos los de su tierra era feliz tumbando monte. De inmediato la Sociedad de Mejoras Públicas expidió el siguiente comunicado que a la letra dice:

a-    Que desde su constitución en el año de 1925 tiene a su cargo el cuidado, la vigilancia y disposición sobre las plazas, parques, avenidas y lugares que se relacionan con el ornato de la ciudad.

b-    Que no considera necesario destruir la arborización de ningún lugar público para darle visibilidad a un edificio o monumento.

c-    Que la destrucción de uno de los mangos de la Plaza de Bolívar, llevada a cabo en la madrugada de hoy, es un acto totalmente ajeno a su responsabilidad y que al serle consultado a su presidente, este no solamente no lo aconsejó sino que  lo consideró innecesario  y perjudicial.

d-    Que la S:M:P  no es, pues, la responsable de ese hecho.

 

El Concejo se pronunció contra la orden del alcalde Juvenal Mejía Córdoba y el edil César  Pineda Gutiérrez presentó un proyecto de acuerdo para ordenar al personero la  siembra de otro mango en el lugar del averiado mango.

El  poeta  Luis Fernando Mejía  organizó peregrinaciones al tocón del derribado mango que dejó un hueco de  follaje frente al Edificio de la Licorera. El alcalde Juvenal Mejía Córdoba, llamado “Vacabraba” por sus alumnos, dijo: “aquí me quedo” y soportó la tempestad de los mangos cuya memoria sobrevivió a las pataletas del burgomaestre…

Afortunadamente de ahí en adelante nadie ha vuelto a amenazar a los mangos de la Plaza Bolívar. sin embargo  ahora, pasados unos años, la grata idea de identificar a los mangos se perdió entre el oxido y el descuido de las placas que están desapareciendo al pie de los gloriosos abuelos.

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