FLORENCIA- SAMANÁ


DONDE EL VERDE SE CONVIERTE EN AGUA

Alfredo Cardona Tobón*

 


Un día de septiembre de 1980 llegué a Florencia, Samaná, después  de ocho horas de viaje  por una carretera pavimentada  entre Manizales y La  Dorada y de allí hasta la cabecera del corregimiento por un tramo destapado.

Era una vía polvorienta y solitaria, donde aún se veían micos saltando entre el follaje de los árboles, con extenso tramos sin una  casa a la vista.

Mi primera impresión no fue buena: cansado y lleno de polvo me topé con una aldea emparamada anclada en el pasado, con musgo en  los muros de las casas, una enorme iglesia descuidada y una plaza donde pastaba una vaca y circulaban unos perros callejeros.

A falta de hoteles  me hospedé en la casa de una generosa señora que sería  aliada y  consejera en los años siguientes  y serviría de contacto valiosísimo con los notables de la localidad; esa noche el agrónomo del Comité de Cafeteros de Caldas reunió a numerosos florentinos, no solo cultivadores del grano, sino comerciantes, funcionarios y docentes; proyectamos un audiovisual donde mostré mis experiencias en un reciente viaje a Kenya en el continente africano;  hablamos  de café, de la cooperativa…de muchas cosas que tenían que ver con Florencia y el oriente caldense.

Al rato, después de tomarnos un tinto y establecida suficiente confianza, en uno de esos arranques de crítica constructiva dije sin otro preámbulo:

 Ustedes son admirables, son trabajadores, honestos, hospitalarios. Se les nota lo bueno por encima,  pero hay algo que no me explico.

-          ¿ Que será doctor?- preguntó  un labriego carrielón con barriga sietemesina-

 

-          Me van a perdonar lo que les voy a decir, pero no me explico cómo no les da vergüenza  vivir en un pueblo tan descuidado y tan feo.

El agrónomo se puso pálido, su asistente tragó saliva y un práctico se acercó a la puerta  para salir a toda velocidad en  el momento que desenfundaran los machetes. Realmente fue una frase ofensiva:   era como decirle a los florentinos que su mamá era una vieja horrible y  carateja.

Se notó el asombro, se miraron los unos a los otros… pero nadie rastrilló el machete ni reviró con malas palabras. El agrónomo respiró de nuevo y el asistente se tranquilizó un poco cuando un  negrito espigado, se levantó de la silla y en tono pausado habló recio y duro, para que todos lo oyeran:

-Usted tiene razón doctor, este pueblo está muy descuidado y abandonado, pero el  asunto, doctor, es que  Florencia no  tiene dolientes …  en Manizales no saben que existimos… o tal vez sí… cuando mandan maestros y policías para que se aburran y les ahorren la indemnización del despido. No contamos con la ayuda de Samaná  y sin plata ni recursos no podemos hacer nada.

Yo apagué el proyector de diapositivas y pregunté a uno de los asistentes: A ver señor- ¿de dónde vino su familia?-

De Sonsón respondió.

Otro dijo que era de Abejorral, un tercero resultó oriundo de   Rionegro y dos de los presentes habían llegado de  Nariño, en Antioquia.

-Como quien dice- agregué-  Florencia es de pura sangre paisa, y como los  paisas somos verracos vamos a  convertir a Florencia en  un pueblito bonito, lleno de color, con flores en el parque y pavimento en las calles.

-¿Cómo lo vamos a hacer- doctor- explique cómo haremos el milagrito, terció  con  risita burlona el dueño de un granero situado en el marco de la plaza

-Muy sencillo don Efrén. Pedimos  instructores al SENA, solicitamos materiales al Comité de Cafeteros, exigimos auxilios a los políticos con la amenaza de no votar si no nos ayudan y la gente de Florencia  pone la mano de obra.

Todos asintieron  y empezamos a realizar el milagrito: El SENA envió un instructor, se hicieron los planos del parque, los vecinos aprendieron a pegar ladrillo y a manejar el cemento, el senador Yepes consiguió una buena partida y el Comité de Cafeteros ayudó con materiales. Todo el   mundo se puso a trabajar y un año más tarde  se tuvo una bella plaza, estaban pavimentadas las calles que la rodeaban, se habían construido algunas casas y reparado otras que estaban por caerse.

Ante la ola progresista el cura mejoró el vetusto cementerio, muchos pintaron el frente de las viviendas  y varios ciudadanos liderados por doña Mariela, una dama de armas tomar, empezaron a conformar una Junta pro-municipio que en ese entonces nada pudo hacer, pues con la hidroeléctrica de La Miel el corregimiento de Norcasia se convirtió en municipio y fue imposible segregar más territorio a Samaná, perdiendo Florencia  la oportunidad de ser un distrito independiente.

Luego llegaron los malos tiempos: en 1998  el Frente 47 de las FARC bajo el mando de Karina tomó el control del territorio florentino y ante la ausencia del Estado, las autodefensas del Magdalena Medio, comandadas por Ramón Isaza,  les hicieron  frente, quedando Florencia  en medio del juego cruzado de las guerrillas y de los paramilitares. El 18 de enero de 2002, desconocidos asesinaron al sacerdote Arley Arias García, párroco del corregimiento, y ante la arremetida bandolera  se despoblaron las veredas y la soledad se tomó al casco  urbano; apenas en el año 2005 el gobierno de Uribe Vélez estableció  bases militares en el territorio, empujó al  Frente 47 de las FARC hacia territorio antioqueño y los exilados pudieron volver a sus fincas.

 

Pese a todos esos trágicos sucesos no se perdió el impulso de esa  lluviosa tarde  de septiembre de 1980; aunque lentamente, el pueblo ha crecido, se modernizan las viviendas, la gente atesta sus calles en las fiestas y se puede  subir sin temor al Cerro de la Cruz para observar el poblado y un horizonte  lleno de esperanza.

Infortunadamente la  aldea fundada en 1885 por los  mineros de La Bretaña en terrenos cedidos por el Cabildo de Sonsón,  está sola en medio del inmenso territorio samaneño. Florencia no parece interesarle a los caldenses que no conocen su bosque de niebla con  especímenes  únicos de flora y fauna, con un volcán en medio de la floresta.

No lejos está la laguna de San Diego y los charcos llenos de sabaletas del rio la Miel y también los espectaculares paisajes donde el verde se convierte en agua, el azul del cielo se zambulle en los torrentes del  rio Claro y  los cantos de los pájaros se  cuelgan en los doseles que cubren el río Moro. Es una tierra mágica por descubrir.

 

 

 

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