LA HISTORIA DE UN MANGO PEREIRANO


Alfredo Cardona Tobón

- Los mangos de la plaza Bolivar de Pereira son una institución en la ciudad. Cada uno de ellos guarda una historia entretejida en el alma pereirana; los mangos son un símbolo y su permanencia en medio de los gases asfixiantes de los carros va pareja con la resilencia de una comunidad atropellada por la ineptitud de sus gobernantes y la corrupción de su clase dirigente..

La tala de uno de los mangos a mitad del siglo pasado casi termina en asonada y el cambio de uno de ellos por una araucaria dio lugar a un jocoso episodio  comentado por el escritor Euclides Jaramillo, uno de los actores principales de ese suceso

Releamos esta crónica de Euclides Jaramillo, aparecida cualquier día  en el antiguo  periódico “El Diario” que se refiere al mango situado frente al Banco de Colombia de la carrera octava entre calles 19 y 20:






 

"En la carrera octava, frente a la casa de don Roberto, se enfermó o murió o desapareció uno de los mangos de la plaza.  Un grupo de distinguidas damas, encabezadas por doña Clementina  Gutiérrez, esposa de don Roberto,  realizó una cruzada de propaganda por un árbol extraño y remplazó el mango por una linda araucaria

Esta crecía y crecía pero a los pereiranos les disonaba su presencia, lo que hallaban como algo insólito,  como si se tratara de una intrusa que destruía la armonía del conjunto y afeaba la plaza.  Pero nadie se atrevía a decir nada porque la araucaria  era de doña Clementina, esposa de don Roberto Marulanda.

Por allá en  1942, si mi memoria no me falla,  don Roberto era gobernador de Caldas y yo su alcalde en Pereira.  Y mi patrón tenía por costumbre bajar a su ciudad todos los viernes por la tarde y sentarse, hasta el lunes que regresaba, en el corredor de su casa, frente a la Plaza de Bolívar y por lo tanto, frente a la araucaria de su esposa. Desde allí, desde su taburete de vaqueta recostado a la pared, dominaba él  la calle y llamaba a todo conocido que veía pasar para conversar algo con él o para hacerlo subir hasta el balcón para cualquier cosa. Yo  rehuía pasar por allí  cuando don Roberto estaba en  Pereira, pero como vivía cerca, a veces no podía evitarlo. Así, una tarde del viernes iba para mi hogar cuando me divisó el patrón, me gritó “alcalde” y me hizo señas para que subiera. Yo inicié las escalas con temor y haciendo examen de conciencia para ver que malo había hechos y como iría a ser el regaño. Entonces las cosas eran difíciles. El partido liberal  que dizque mandaba, estaba dividido ferozmente en Pereira entre blancos y negros .Camilo Mejía Duque, mi inolvidable amigo, comandaba los negros, y desde el Club Rialto se dirigían los blancos. Repito que yo era amigo de Camilo quien me había hecho personero en el 40 y luego  me había tumbado no sé por qué , y era un alcalde designado por un blanco, que se presumía que era don Roberto, como socio del Club Rialto.

Mi padre no era político pero no ocultaba su  simpatía  por los blancos y con ellos estuvo cuando lo de Arango Vélez.

Yo para ser imparcial como era mi deber constituía  un manzanillo entre blanco y negro sin definirme, por ninguno de los grupos.  Tenía un secretario blanco, Rafael Cuartas Gaviria y algunos inspectores del mismo color,  por lo cual no me veían con buenos ojos los negros y los blancos, por mi amistad con Camilo me llamaban  negro.

Cuando estuvo al frente de don Roberto se quitó unas gafas, se puso otras, volvió a unas terceras y luego haciendo ademán de secreto, me  dijo:

-Oiga alcalde lo que le voy a decir. Ponga cuidado que no es para sostener. Que nadie sepa y menos Clementina esta orden: Póngase de acuerdo con Juan basuras ( Así le decían los blancos a don Juan Tabares, abnegado servidor público), Jefe de Aseo y Lugarteniente de las fuerzas de choque de Camilo.  Oiga pues,  una noche de estas que mi mujer se quede en Manizales, yo le aviso, arranquen a media noche esa araucaria y siembren inmediatamente un mango Es decir que amanezcan las cosas tales que sea imposible rehacerlas. Váyase y ya sabe: no me meta a mi en esa colada.

Y así fue. Vino la noche convenida y a las doce, precisamente a las doce, arrancamos la araucaria y sembramos  inmediatamente un gran mango traído  de un solar cercano al Parque de La Libertad y allí está aún  el árbol que resultó una manga.

Doña Clementina estuvo justamente indignada, me llamó telefónicamente y me amenazó con quejarse ante Roberto por mi descuido, por mi abandono de la ciudad. No recuerdo cuantas cosas más me dijo la noble dama

Pero yo guardé el secreto y solo ahora,  42 años después, le cuento a mis lectores el origen de esa mango de la carrera octava. "

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