CRÓNICA DE UNA DERROTA VICTORIOSA


LAS BRIGADAS ROJAS Y LA TERTULIA DEL 70

 

RESUMEN

Este artículo   empieza con un vistazo general de la vida del poeta, político, publicista, escritor, rebelde, iconoclasta, precandidato a la presidencia, pariente lejano del poeta Epifanio Mejía, precandidato a la presidencia  y nieto del famoso institutor Juan de Dios Mejía Botero, exalcalde pereirano.

Luego de una breve introducción  que da una idea   de Luis Fernando Mejía M, se reproduce “ La Crónica de una derrota victoriosa” , publicada en un suplemento del  periódico “ La Tarde”  en el año 1992, donde se muestra la  lucha de la “Generación Ilustrada” contra los   viejos esquemas políticos representados por Camilo Mejía Duque, uno de los más poderosos barones electorales del liberalismo colombiano en el siglo XX, y se trae a la memoria los momentos estelares de ese partido en los primero años del  departamento de Risaralda.

ABSTRACT

This article will begin by giving a broad summary of the life and deeds of Luis Fernando Mejía M: poet, politician, public writer, far relative of Epifanio Mejía - pre-candidate for the Office -, and grandson of famous instructor Juan de Diós Mejía Botero - former Mayor of Pereira -.

 

After this brief introduction to Luis Fernando Mejía M, "La crónica de una derrota victoriosa", the chronicle of a victorious defeat, will be presented. This piece, published alongside "La tarde" - a popular newspaper - in 1992, tells the story of the fight of 'The Enlightened Generation' against the old political structures represented by Camilo Mejía Duque, one of the most powerful electoral barons in the Colombian Liberal Party of the 20th century. "La crónica de una derrota victoriosa" brings back the memories of the most remarkable moments of said party in the first years of the Department of Risaralda.

 

PALABRAS CLAVE

Luis Fernando Uribe- Brigadas Rojas- Política en Pereira

 

KEYWORDS

Luis Fernando Mejía – Brigadas Rojas- Política en Pereira

 


IMAGEN COMPRIMIDA DE LUIS FERNANDO MEJIA M.

Alfredo Cardona Tobón

Nació para ser poeta en 1941 en la ciudad de Barranquilla. Fue bachiller del colegio Berchmans de Cali y cursó cuatro años de humanidades en la Universidad de Los Andes, es decir nació en cuna con borlas y la vida se le ofreció en bandeja.

Pero no quiso ser médico ni ingeniero ni abogado y escogió la profesión de las Letras que lo pasearon por la política, la publicidad, el mundo y la docencia. Una vez lo creyeron muerto pero reapareció por los lados de Cartagena donde construyó su santuario de sueños y de versos.

El llamado de la sangre lo llevó a mediados del siglo pasado al alar de su abuelo pereirano e incrustado en la clase dirigente se convirtió en un guerrero, en un rebelde que lanza en ristre y con motivos ajenos se enfrentó al Tinglado, que con otros actores y otros nombres, persiste como un feudo que cambia de corte, conserva el derecho de pernada y manos libres para disponer del erario

¿Volver a Pereira?- preguntaron a Luis Fernando Mejía-

-Es que me dieron mucho garrote- contestó el precandidato a la presidencia por el Movimiento Latino Nacional liderado por el narcotraficante Carlos Lehder Botero ; fue que me dejé  ensillar en ese entonces por iluso y por “pendejo”.

Como en Pereira perdonan todo menos los errores en la política a Luis Fernando Mejía, nieto de Juan de Dios Mejía Botero, no le perdonaron su metida de pata con los narcos. Así que lo rociaron con agua bendita y lo bajaron del santoral de los próceres risaraldenses.

Bajo las banderas de “Integración Liberal” y dentro del Caballo de Troya que los “ilustrados” introdujeron en la fortaleza camilista, Luis Fernando Mejía con César Gaviria y Gustavo Orozco organizó la Primera Convención de Juventudes Liberales en Quinchía, donde con saudades de partisanos, sus espadas chocaron con los adalides de Camilo Mejía Duque, el Jefe Único y el único jefe del partido liberal. Alzándose en armas y almas contra el poder omnímodo de un cacique compadre de medio departamento y sin cuya venia no se movió una hoja en el Viejo Caldas y menos en el nuevo Risaralda.

¿Dónde quedó el partisano que cantó la “Belle Ciao” con la muchachada afiebrada que quería cambiar el destino de la  Patria en las orillas del río Otún ? Lo olvidamos al igual que al vate que fundó la Casa del Poeta, revolcó la conciencia pueblerina y fue parte de la generación que llevó a los pereiranos a los salones y pasillos del Capitolio Nacional

Pero hay más:  Fuera de sus batallas con los “ Negros” al lado de Ennio Quiceno y sus comités populares en casa del “Pollito, la luz y los arreboles de  su obra poética  son  el sol y los  atardeceres de Pereira  que  mostró a Borges,  ciego de visión pero no de resplandores,  cuando con el  genio rioplatense recorrió los canales y callejones de Venecia.

Luis Fernando Mejía era un publicista cotizado sin necesidad de cargar reclinatorios ni tender su capa para que pasaran los poderosos, por eso no perteneció a grupos con incensarios y un día, cansado del trajín menesteroso, viajó a Europa a difundir su obra.

Belisario Betancur le ofreció el consulado de Bilbao en España y desde allí volaron sus versos por las campiñas españolas y los yermos del norte africano.  Años después regresó a Colombia pues necesitaba que su hija, que había nacido en Pereira, conociera su patria y como condotiero lleno de cicatrices quería un lugar donde pudieran descansar sus sueños.

La poesía de Luis Fernando Mejía es hermosa, llena de imágenes y símbolos de protesta. En 1963 publicó su primer libro “La Resurrección de los Juguetes” cuya portada la elaboró un niño de ocho años a través de un concurso estudiantil. En 1964 ganó el premio nacional “Violeta de Oro” con “Bienaventuranzas”, luego obtuvo el primer premio de poesía castellana “Rosa de Oro” con el manuscrito de Lucio Malco y el premio “Bernardo Arias Trujillo”.

No se puede estudiar a Pereira sin tener en cuenta al poeta.  Hay que volver sobre la  “Tertulia de los 70”, la famosa cena en el Club Rialto, las Convenciones, el Barrio Cuba, el programa satírico “El Zoologico de Matecaña”, las componendas para tumbar al intumbable Camilo…

En 1992 en un especial del periódico “La Tarde” de Pereira, Luis Fernando Mejía habla de su “Derrota Victoriosa”, en cuyas líneas está plasmada una de las etapas más trascendentales de la ciudad; esta entrevista se reproduce en el tercer número de la revista “Pindaná de los Zerrillos” para rescatarla de la amnesia y la polilla y hacer notar que en nuestra historia no están todos los que son y no son todos los que están.


 He aquí la entrevista concedida por el poeta:

CRÓNICA DE UNA DERROTA VICTORIOSA-

Luis Fernando Mejía.

“Siempre estamos a punto de empezar dijo el chino mirando con gesto indiferente los tallos de milhrama del I Chin”. Así lo escribí hace tiempo y aquí me hallo, desandando la noria de los recuerdos, para contar como fue el asunto de las Brigadas Rojas, grupo que congregó a una generación y sobre el cual aún nada se ha escrito y bien merece especial capítulo en las Letras y la Política.

Como hace ya mucho tiempo clausuré los relojes, me sería imposible precisar las fechas. Estos son apenas flashes de un tiempo que regresa porque se fue.  El problema surge en precisar un hecho que sirva de base o principio.

¿Cómo empezó todo?-

Ahora que lo miro en la perspectiva del tiempo solamente escucho los vientos iconoclastas e irreverentes que anunció Gonzalo Arango en el Desierto.

En 1963 se publicó mi primer libro “Resurrección de los Juguetes”. Apenas adolescente había ya participado con toda mi generación en la lucha contra la Dictadura.  Era un fogoso orador de plaza pública que buscaba por las arterias rotas del sentimiento, respuesta a todos los interrogantes.

Fui concejal de Pereira en el año del Centenario; me aparté de la pose Nadaísta en lo que toca con los viejos poetas pues nunca estuve de acuerdo con la calificación y descalificación que se hacía de los viejos vates.

Aunque entendía que era indispensable, como siempre, una labor de higiene lírica, el problema de fondo no era para mí si había o no camellos en Popayán o cual era el misterio de la esfinge. Tal vez por haber recibido muy niño la terrible impresión de la violencia, para mí, el problema era político y los políticos eran los políticos.

EN TIEMPOS DEL JEFE ÚNICO Y ÚNICO JEFE DEL LIBERALISMO

En la Pereira de entonces no se movía una hoja sin la voluntad de Don Camilo Mejía Duque. Era el jefe único y el único jefe. Su sombra llegaba directamente al núcleo de mi familia, ya que era primo de mi madre y adversario político de mi abuelo Juan de Dios Mejía, a quien “tumbó” de la alcaldía, en terribles hechos que la historia data dos de febrero de 1948.

Durante la dictadura del general Rojas Pinilla, el partido liberal estaba proscrito y sus dirigentes en la clandestinidad; eran tiempos de grandes agitaciones sociales y Castro, en la Sierra Maestra, una figura mítica. Allí lo visitó Errol Flin, héroe de las películas de los matinés.

En la Librería Bonar conocí a Leonel Brand, aunque ya le había tratado antes, cuando él vendía libros de segunda en las aceras de la Plaza Caycedo de Cali. Desde el primer día en que me acerqué desprevenido a su venta, me impresionó con su verbo y sobre todo me desconcertó el enfoque dialéctico que daba a todos los asuntos. Además resultaba para mí, estudiante del Colegio Berchmans, desconcertante e insólito, que un negrito de casi mi edad y sin escuela, supiese más  que todos los curas del colegio.

Leonel hablaba de Dios para negarlo e invocaba a Marx y a Nietzche  y a otros que ahora no recuerdo y hablaba de política con  un enfoque leninista que aplastaba mi entonces sensibilidad  burguesa, a tal punto, que empecé a sentirme culpable de la injusticia, mientras me derrumbaba la belleza del mundo.

Me gustaba ir donde Leonel a leer los poemas de Miguel Hernández; en el colegio nos obligaban a aprender de memoria “La Luna” de Diego Fallon. El día que cambien las estatuas veremos aparecer en bronce, vigilando los amores del parque Caycedo al poeta  Leonel Brand que pasó como el viento removiendo papeles y esperanzas. Su influencia y ejemplo me volvió revolucionario.  Era además una forma ideológica de canalizar mi rebeldía innata, acrecentada por los conflictos que mi decisión de ser únicamente Poeta habían generado en mi familia. El último de renombre había sido Epifanio Mejía, a quien encerraron treinta años en un manicomio. Yo logré fugarme a tiempo y en 1964 ya estaba casado, viviendo lejos de mis padres, en Pereira, donde Don Camilo Mejía Duque me había incorporado al séquito de oradores liberales que salían de la clandestinidad política. Eran esos los tiempos del “Capitán Venganza” en la república bandolera de Quinchía.

Don Camilo era un hombre íntegro. Fue él quien en forma primitiva planteó una incipiente lucha de clases, dividiendo la sociedad en Blancos y Negros; bandera esta que lo mantuvo invencible hasta su muerte. Cuando yo entré a formar parte de sus seguidores, él señoreaba como Jefe indiscutido del liberalismo del antiguo Caldas.

Pereira fue el polo magnético que atrajo a los damnificados por la violencia. La ciudad crecía como una gran enfermera que curaba las heridas. Las orillas del  rio Otún y también del Consota se fueron poblando de miseria; la invasión  de los predios que rodeaban la ciudad  era el pan diario.

Fue al llegar al Concejo pereirano que descubrí la trama del poder político. A la sombra de Don Camilo, como a toda sombra benéfica, proliferaba una corte de personajes de opereta que habían hecho de la ciudad su feudo.  “El tinglado de la farsa” les llamé en los panfletos de entonces.

La primera rebeldía contra el Cacique se anunció en la Asamblea de Caldas: Jorge Mario Eastman, en su mejor momento, declaró la revuelta.  Pero el asunto no pasó a mayores, era un problema de curules.  Jorge Mario fue nombrado cónsul en Hamburgo y Tokio y en 1968 regresó a Pereira con el reclinatorio a servir obsecuentemente a los pies del “ilustre jefe” a fin de hacerse perdonar los pecados de la inexperiencia.

Para el núcleo anticamilista que empezaba a formarse, Jorge Mario era el traidor y por tanto el blanco de las iras.  Ese era el viento que lo impulsaba.  Aceptó la Oficina de Valorización de Pereira y se dedicó afiebradamente a colocar placas en cada uno de los bombillos que instaló, con los dineros reservados para el Acueducto.

El cielo político se encapotaba. La creación del departamento había concertado, aún más, el poder en manos de la rosca camilista y el acceso de los paniaguados al gobierno le imprimía al recién nacido departamento características bufonescas.

Uno de los gobernadores de entonces decía en un discurso: “… este acueducto que hoy inauguramos por primera vez, huele a musgo y a helechos”. El lirismo etílico y el derecho de pernada eran las prácticas en uso.  La cultura era mirada como un antivalor y lo único que significaba era la “cuota” del Directorio.

Jorge Vélez Gutiérrez acababa de terminar un Magister en Economía y regresaba a Pereira. Era uno de los pocos herederos de doña Pobreza Vélez que paradójicamente era una de las personas más ricas de la ciudad.  Ser heredero de doña Pobreza era una gran riqueza, y por tanto, Jorge, con inquietudes políticas era el hombre que necesitábamos.

Vivía Jorge Vélez en la Plaza de Bolívar; yo desempeñaba un cargo en las Empresas Públicas donde Octavio Mejía Marulanda me había dado asilo pese a mis veleidades anticamilistas. El tiempo parecía estancado y mientras trituraba los relojes esperaba el momento de irrumpir con la fuerza de mis propias ideas.  La política era para mí algo más que una obsesión: era un trauma.

Las llamaradas del nueve de abril de 1948 todavía lamían amenazantes mis recuerdos. La poesía era el refugio de mi yo más íntimo, pero la política era la Tea de mi verbo

Recuerdo que llegué un atardecer a la casa de Jorge Vélez. Estaba en la puerta con Iván Serna. Ese día dialogamos ampliamente; fue el primer encuentro de lo que más tarde habría de convertirse en la famosa TERTULIA donde se gestó todo un movimiento político, conocida en la ciudad con el nombre de “Tertulia del Setenta”.

La Tertulia empezó a enriquecerse. Alberto Herxing Gilla se convirtió en el impulsor más decidido: A su casa, a la de Jorge y a la mía empezaron a llegar algunos jóvenes recién egresados de la Universidad: Gustavo Orozco Restrepo, activo dirigente estudiantil de la Escuela de Minas de Medellín, César Gaviria Trujillo, estudiante laureado de Los Andes, Iván Marulanda Gómez, economista brillante y Hernando Monsalve, que aunque un tanto distante, era el cordón invisible con el camilismo.

Un poco después antes de la gran batalla del “26 de abril”, día de la Victoria, llegó de la Universidad de Caldas Alfonso Gutiérrez Millán, filósofo y jurista quien venía de ganar batallas estudiantiles al lado de Humberto de La Calle Lombana y otros compañeros. Las charlas giraban en torno a todo lo divino y humano, pero el tema del Caciquismo era realmente el factor aglutinante.

Una noche en medio de la euforia de la parla, en un rapto visionario pregunté a Jorge Vélez: ¿Jorge te gustaría ser gobernador?-

La pregunta sonó como un campanazo en el inconsciente de todos. En cada uno de los asistentes se agazapaba un animal político.

-Claro hombre- fue la respuesta con una mueca entre confiada y escéptica.

Ese día empezamos a planear la estrategia.  La gobernación sería solo un paso hacia el verdadero objetivo: La cabeza de Camilo Mejía Duque.

Yo recordaba como en el Valle del Cauca unos jóvenes: Gustavo Balcázar y Marino Rengifo habían recibido todo el despliegue por derrotar a Pacho Heladio Ramírez, cacique compañero de Camilo.

“Tenemos que llegar a Bogotá con el cuero de Camilo, como Sansón, no cargándole maletas, repetía con vehemencia. Pues conocía la importancia de Camilo y la fragilidad que se desprendía de su poder inmenso.

El día que se posesionó el doctor Luis Eduardo Ochoa Gutiérrez de la gobernación de Risaralda, aprendí del viejo una gran lección. Bajábamos juntos, con otros más en el ascensor. Toda la ciudad se había hecho presente con flores para felicitarlo.

Conmovido yo por tal alarde de simpatía, pregunté al Gobernador: dígame doctor Ochoa, que piensa usted de todo esto? .

Y él me respondió con su particular acento: “que el día que me vaya de aquí, la gente estará diciendo: siquiera se fue el bruto de Ochoa”.

El doctor Luis Eduardo Ochoa nombró a Jorge Vélez Director de la Oficina de Planeación del departamento. El concepto de Planeación era algo nebuloso que pertenecía a la jerga de los economistas jóvenes. Los viejos lo consideraban un embeleco de Lleras Restrepo. Allí Jorge Vélez elaboró un modelo matemático para el departamento, digno de los más sofisticados teóricos de la Economía Pública.

Fue la época en que el arquitecto Jesús Vélez González diseñó magistralmente la Casa del Poeta en un predio cedido a menor precio por Pobreza Vélez. Casa que hubo de arrancarme el destino y que es testimonio de una lucha por los ideales.

Por su brillante desempeño Jorge Vélez ascendió a la Secretaría de Fomento y Desarrollo y en 1969 fue nombrado por el presidente Lleras Restrepo, gobernador de Risaralda. La primera meta había sido obtenida.

Por aquellas fechas fui nombrado Canciller de la fundación Universitaria para la Cultura- FUC- entidad que pretendía sacar la Universidad Tecnológica de su aislamiento social y vincularla directamente en los problemas del desarrollo público. Ese fue el primer núcleo humanístico de origen universitario que hubo en Pereira. Allí empezó la capacitación del magisterio, lo que más tarde se convertiría en la Facultad de Educación. La Universidad se abrió a las empresas y llegaron los primeros Cuerpos de Paz, que habrían de propiciar una pequeña revuelta contra don Camilo, al pretender democratizar las Juntas de Acción Comunal mediante elecciones libres, lo cual les costó la expulsión de esta tierra.

El día que los gringos bajaban presurosos el equipaje del edificio, entre los jotos había una guitarra y Gustavo Orozco, con sorna, dijo: “Se van con su música a otra parte”.

LAS BRIGADAS ROJAS

Desde el momento de la posesión de Jorge Vélez Gutiérrez comenzamos a construir el caballo de Troya para tomarnos la fortaleza camilista.  La idea de las Brigadas Rojas surgió en una noche de tertulia en Libaré, donde vivía mientras construíamos al casa de la Avenida. El nombre era inspirado en las brigadas italianas contra el nazismo y todo el ambiente primigenio tenía perfiles garibaldinos.  Soñábamos con la gloria y decidimos recorrer el departamento reclutando los mejores talentos. Disponíamos para ello de toda la infraestructura oficial y fue así como nos dimos a la tarea: Gustavo Orozco, César Gaviria y yo a recorrer los colegios del departamento en busca de los mejores y más inteligentes.  Fruto de todas las conversaciones redacté una plataforma ideológica y el día previsto los concentramos a todos en La Suiza, donde hoy funciona el Centro Ecológico del Santuario de Flora y Fauna Quimbaya y allí reunidos varios días, cantamos juntos el “Bella Ciao” como los partisanos italianos.  Se hicieron los juramentos de fidelidad y empezó el movimiento.

El primero de mayo de 1969 fue la fecha escogida para realizar la Primera Convención de Juventudes Liberales y se designó como sede a Quinchía, en consideración a que esta era la plaza dura del partido y nuestro movimiento, aunque pacifista y democrático, padecía saudades de guerrilla. No se trataba en esta convención de pelear con don Camilo, al contrario, habíamos redactado una proposición que fue aprobada por unanimidad declarando a don Camilo Mejía Duque Jefe único y Único Jefe del partido liberal en Risaralda. La estrategia consistía en separarlo de la niebla camilista.

Nuestros adversarios directos eran don Enrique Millán, don Byron Gaviria, Jorge Mario Eastman, la doctora Gabriela Zuleta y el doctor Gilberto Castaño que constituía la élite camilista.

El día de la Convención aún se recuerda y ha sido a lo largo de estos años, punto de referencia obligado en la historia política del departamento. Jorge Mario Eastman, Gabriela Zuleta y Lindolfo Ceballos, que se olfateaban el asunto, llegaron a la Convención dispuestos a sabotear la aprobación de la plataforma ideológica, núcleo aglutinante de nuestro proceso En medio de una acalorada disputa, Jorge Mario calificó la plataforma como “caldo de bollos” lo que desató la ira de los partidarios y desintegró la Convención. Sólo logro aprobarse la proposición de honores a Camilo Mejía Duque y se gestó la verdadera división ideológica. La discusión de la plataforma fue aplazada y Jorge Eduardo y yo nos enfrentamos en polémica pública por la emisora Voz de Pereira.  La división Salió a flote, el descontento contra Camilo  era creciente y en un momento Jorge Vélez Gutiérrez  se vio respaldado por la adhesión de los Blancos y dispuesto a dar la batalla contra el caciquismo, que de dientes para adentro también era política de Lleras Restrepo.

Jorge Vélez viajó por tierra a Bogotá a entrevistarse con el presidente.  Aquella conversación solamente los protagonistas la conocen, pero al regresar Jorge Vélez nos dijo; “El presidente nos respalda. Me dijo: gobernador acabe con ese cacique.”

Sobra aquí comentar la dicha y el jolgorio. Empezamos entonces a preparar el Banquete del Club Rialto. Ese sería el golpe definitivo.  Se trataba de organizar un gran homenaje al gobernador Vélez Gutiérrez con televisión a bordo y el respaldo del presidente, donde Jorge leería un discurso que terminaba con unos versos de Homero, traducidos por don Alfonso Reyes que dicen; “Rey come pueblos, reinas sin duda entre cobardes. Estos fueron Átrida tus últimos alardes” en clarísima alusión de rebeldía y afrenta a don Camilo. Acto seguido debería leer el decreto nombrando a don Gonzalo Vallejo alcalde de Pereira.  Don Gonzalo no podía negarse ante el clamor público y Camilo quedaba así enfrentado a todos. El candidato de Camilo era el doctor William Montoya, compañero y amigo pero no pertenecía a las Brigadas Rojas.

Jorge leyó el discurso y no fue capaz de dar el segundo paso, encargó de la alcaldía a don Hugoberto Ruiz Mesa y salió a negociar con don Camilo.  Nadie se ha explicado nunca que le pasó a Jorge Vélez en aquel momento.  Yo sigo sin entenderlo.

A la gesta contra don Camilo se habían sumado con arrollador entusiasmo un grupo de profesionales que fueron parte decisiva en aquella lucha.: Edgar Ángel Arango por haber descolgado la placa camilista en el centro médico rural donde prestaba los servicios. Edgar fue víctima de tal persecución que su diploma fue traspapelado varios años en el Ministerio de Salud y obligado a abandonar la tierra de sus mayores. Por otra parte César Mejía  Lemos, Jorge Restrepo y otros compañeros desde ASDOAS fomentaban el descontento al igual que otros grupos en los que se destacaban Alberto Restrepo González los hermanos Otto y Elkin Drews, Guillermo, Álvaro y Alfredo Vallejo,  Martha Leonor Vélez Jaramillo y Álvaro su hermano, muy joven en aquella época.

La gran fuerza se centraba en los militantes de las Brigadas, entre los cuales recuerdo especialmente a Ennio Quiceno, iniciador de los planes de autoconstrucción en Colombia y pionero con Iván Marulanda Gómez de la pavimentación del Barrio Cuba; a Roberto Tejada e Israel Agudelo de Quinchía; a Jorge Beltrán del Barrio Cuba, a Jair Loaiza y Carlos Alberto Gartner de Santa Rosa de Cabal. Eran casi 50 y con ellos estaban las famosas “Macanas de la Cordialidad”, fuerza de choque que se organizó después de la caída de Jorge Vélez, cuando el movimiento se lanzó a la guerra contra el camilismo.

Después del Banquete en el Club Rialto la ciudad quedó congelada por la expectativa. La montaña había parido un ratón.  Mientras tanto Gustavo Orozco, César Gaviria e Iván Marulanda resolvieron retirarle  el respaldo al gobernador haciendo eco del clamor  público, pues  el gobernador había resuelto nombrar  alcalde a William Montoya Zapata, y así me lo comunicaron en la Universidad Tecnológica, en las oficinas de la FUC (  Sala del Consejo Directivo) adonde Jorge llegó a tratarme de explicarnos su comportamiento. Yo ya había redactado el telegrama de renuncia, el cual presionamos a firmar al gobernador quien a los pocos días contrajo matrimonio y se alejó del ajetreo político.

Las Brigadas quedaron en el pavimento y en una agencia de publicidad que teníamos con Javier Marulanda Gómez, cranié las primeras cuñas de radio que empezaban con aquella canción que dice: “Ya no canta el gallo viejo como cantaba primero, porque ha venido otro gallo a cantar al gallinero” y dibujamos un gallo rojo rampante sobre fondo negro y salimos a cantar a los barrios y veredas.

Se iniciaba la batalla del 70. Sabíamos que la única forma de horadar aquella fortaleza era ridiculizándola. No podíamos tomarnos en serio.  Entonces con la muy activa colaboración de Luis Alberto Ruiz, funde un programa en la radio de corrosivo humor político, que se llamó “El Zoológico de Matecaña” que se escuchaba masivamente y el cual fue clausurado al poco tiempo de salir al aire.

Mientras tanto el doctor Oscar Vélez Marulanda, quien se encontraba proscrito  del camilismo, a pesar de  que su hermano Hernando  era alter ego de Camilo,  o quizás por eso,  había organizado en compañía de don Arturo Armel Ocampo un movimiento llamado Frente Liberal.

Así mismo un grupo de liberales independientes, sobrevivientes de la antigua Acción Liberal, habían conformado un directorio llamado Integración Liberal.  De ellos los principales promotores eran don Gustavo de la Pava y los doctores Carlos Drews, Armando Rubio y Gabriel Darío Londoño, con el contacto desde Bogotá  del doctor Álvaro Campo Posada, uno de los más caracterizados  anticamilistas, al igual que Mario Delgado Echeverri, alcalde del Centenario.

Desde la dirección de las Brigadas Rojas se hicieron las gestiones que condujeron a la unión de los tres grupos: Frente Liberal, Integración Liberal y las Brigadas Rojas.  El documento se firmó en la casa de Gustavo Orozco y se llamó Frente de Integración Liberal, con el gallo de las brigadas como insignia y como derrotero la Plataforma ideológica.

Este fue un trípode de difícil sustento; sin embargo, la fuerza de los acontecimientos fue desbordándose y aún llega a mi memoria la gran manifestación de la plaza de mercado donde Rogelio, el Cotero, tomó la vocería de la plebe insurrecta.  Y la noche en que César, Gustavo y yo salimos en hombros por la plaza de Santa Rosa de Cabal cuando rugía la fuerza rojaspinillista. Fue la noche en que asesinaron cobardemente a Amparito Abad e hirieron a su hermano Martín, en la oscuridad de la empanadería de donde acabábamos de salir de celebrar los acontecimientos. Desde entonces Martín se volvió un anacoreta.

Durante el gobierno de Jorge Vélez Gutiérrez habíamos establecido contacto con el doctor Misael Pastrana Borrero a través de mi amigo el doctor Hernando Albán Holguín, por aquel entonces Secretario Privado del presidente Lleras Restrepo y cuyo hermano Carlos formaba parte de los más íntimos amigos del precandidato del Frente Nacional, doctor Pastrana, por ese entonces embajador en Washington.

A mi casa llegaron los primeros afiches de Pastrana, traídos en un carro de la gobernación.  Don Hernando Vélez Marulanda se enteró del asunto por un Marconi de Pastrana dirigido a mi nombre, que llegó al Directorio de Camilo.

Acostumbraba yo tomar leche con azúcar y hablar con don Hernando. Era pacífico y ecuánime y un gran político. Un día a raíz del Marconi en referencia, don Hernando me dijo: “ Oiga hombre, usted que tiene que ver con el doctor Pastrana?-  Me sorprendió la pregunta y sin esperar respuesta me entrego el mensaje abierto.  Camilo estaba enterado de que negociábamos a sus espaldas. Pastrana no había sido escogido aún por la Convención del partido y todavía estábamos en el gobierno.  Oscar Vélez por su parte había invitado a Belisario Betancur, el otro precandidato, al lanzamiento de su movimiento en uno de los barrios del rio, en casa del Pollito.

Cuando Misael Pastrana fue elegido por la Convención Liberal como candidato del Frente Nacional, las Brigadas Rojas ya estaban divididas y el Frente de Integración Liberal era una fuerza heterogénea nacida de la confluencia de muy distintos matices y criterios, a quienes solo unía el anticamilismo. En eso consistía su debilidad y su fuerza.

Pastrana llegó a Pereira acompañado de Camilo y a nosotros no nos quedó más remedio que abandonar los enfoques nacionales y centrarnos en la lucha en Pereira. Establecimos contacto con la ANAPO, a la cual había entrado a formar parte Gabriel Darío Londoño, miembro de la primitiva alianza, también con Luis Guillermo Velásquez, Director del Diario de Risaralda, con los doctores Jaime Sanz Hurtado, Alonso García Bustamante y don Mario Correa, al igual que con el grupo conservador del doctor Emiliano Isaza, Enrique Ocampo Restrepo y Jaime Escobar Vallejo, que hacía sus primeros pinitos en política.  Así se gestó el BLOQUE CÍVICO que se concretó el día en que por primera vez en la historia de Caldas y Risaralda, el camilismo llegó en minoría al Concejo de Pereira.

El Frente de Integración Liberal se presentó a las elecciones sin candidato para la Presidencia.  En nuestro directorio había papeletas de todos: de Rojas, de Belisario, de Pastrana y Sourdís. Nuestro problema se había centrado en elegir senador de la república a Oscar Vélez, a Don Arturo, representante a la Cámara y en sacar el mayor número de concejales en una lista que encabezaba Gustavo Orozco con la suplencia de Jorge Beltrán, la cual logró obtener tres curules y convertirse en protagonistas del primer “revolcón” de que fue artífice el presidente Cesar Gaviria.

En el año de 1948, cuando mi abuelo don Juan de Dios Mejía Botero se enfrentó      siendo alcalde a don Camilo, el Concejo le quitó el sueldo y las oficinas y el viejo resolvió trasladar la alcaldía a Nacederos, que entonces quedaba   lejísimos. Yo recordaba vívidamente los incidentes.  De aquellos hechos sacamos la idea de hacer con el alcalde camilista lo mismo.  El Bloque Cívico decretó la oposición cerril.  Fueron aquellas sesiones memorables. Yo servía de asesor a los concejales y de coordinador de las barras, que desde tempranas horas invadían en horda bulliciosa los salones del Concejo. Recuerdo al concejal Leal, pasándose con pupitre y todo de un bando a otro, según las mareas y los vientos y a la chinchamenta de las barras fumigando con una bomba  de Flit llena de orines a los concejales camilistas, godos y liberales.

Y el día en que el alcalde Juvenal Mejía Córdova decidió cortar un mango de la plaza para dar gusto a Cesar Augusto López Arias ya a Alfonso Jaramillo Orrego, director del Diario. La ciudad se indignó aquella mañana en que apareció el árbol talado.  Ese día   se declaró el primer Cabildo abierto en la historia de Pereira. Yo fui el único orador. La ciudad acudió a la cita y por primera vez se vieron colmadas por las más distinguidas damas de la urbe. El Concejo ordenó sembrar el mango y colocar una placa que diera testimonio del crimen ecológico y estético perpetrado por el “Educador de Juventudes”. El mandato solo vino a cumplirse diez años más tarde y jamás se colocó la placa recordatoria del arboricidio. El incidente me sirvió como base para mi libro “Manuscrito de Lucio Malco.”

Al terminar el período nuestro movimiento se preparaba para un nuevo combate.  Habíamos logrado la anulación de la curul de don Enrique Millán, a quien Pastrana compensó con la gobernación de Risaralda.

Fue cuando nuevamente aspiré a ser concejal. La derrota de Camilo era evidente y yo deseaba ser parte del elenco que lo derrotaría. La venía gestando desde hacía muchísimo tiempo. Mi posición era muy fuerte ante los militantes del movimiento, pero mi imagen demasiado controvertida. Era el profeta del abismo.

Cuando Oscar Vélez Marulanda, erigido en cacique suplente, decidió convocar una convención para hacer las listas del Concejo, presentí que algo se gestaba en mi contra y descubrí exactamente la dimensión de la nueva política.

La convención estaba amañada y me sorprendió González, el embolador de la Plaza de Bolívar, cuando proclamó el nombre del gerente de Curtidos Consota como representante del pueblo En mi estupor solicité el último reglón de la Asamblea, honor que no me fue concedido. Alguien dijo: “No se lo demos para que se vaya de Pereira”.

Benjamín Montoya Trujillo no aceptó las listas y se fue a la disidencia. A pesar de mi amargura los acompañé hasta lo último y el día en que se unieron a Camilo me fui definitivamente de Pereira.

¿Te acuerdas Pedro?

 El gallo no había cantado aún tres veces.”

 

FUENTES

Periódico La Tarde- Pereira- 1992

ACOSTA Vinasco Gustavo- Portal Literario del Eje Cafetero-Nov 12/2014

Testimonios de  Francisco Londoño Marulanda, Ennio Quiceno, Absalón Gartner Tobón

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